Y tú, ¿Eres o pareces?

viernes, 13 de junio de 2014

Mi único pecado es ser bonita.


Aguardé, con las manos tranquilas sobre las piernas, mirando hacia la dirección que aquel hombre de barba desaliñada me había señalado. Su sonrisa temblaba, un tic nervioso que advertía cuantas ganas tenía de que el espectáculo comenzase, que se diese pie su "gran obra maestra".
La música sonó. Una flauta dulce, un sonido que advertía a mi inestabilidad emocional que no tardaría en desequilibrarse. Daba paso a una mente brillante atrofiada por el pecado, por las ganas de conocer más y más.
Varias siluetas femeninas dieron forma a la cortina de seda roja. Varias siluetas que se contoneaban con elegancia, con sensualidad prohibida, con fluidez que danzaba por cada ápice de su cuerpo, por cada poro.
No me alarmé. Siquiera me enderecé un poco. Me mostraba tranquilo, con los ojos atentos a aquellas mujeres que salían poco a poco y se aproximaban a mí. Mis ojos las siguieron hasta que perdí a la última mujer que salía tras ese manto del pecado. Miré de refilón a la mujer que se acercaba a mi derecha con frutas exóticas en una bandeja dorada. Alcé un poco la cabeza para mirar a aquella que había decidido sentarse en mi regazo... Me sorprendió no ver nada de pronto. Alguna de esas mujeres había tapado mis ojos con una tela de seda que olía a perfume de dama.
Cuando la deslizaron con el fin de dar la vuelta y colocarse por delante de mí, ya me sentía ansioso. Cuando me dejaron ver al fin, me quedé estático al escuchar el fuerte latido de mi corazón, de la sangre de las venas correr a modo de escape hasta un punto central. Olvidé que la flauta seguía sonando, mientras me perdía en la amplia sonrisa de aquella mujer de pelo corto rojizo.
Gritaba. Gritaba en silencio con los ojos, con sus caderas, con sus pies, con sus tobillos, con sus clavículas:
"Mi único pecado es ser bonita."




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