Y esta noche, no sé porqué, pero es
de las que duele.
Ese molesto escozor a la altura de la
garganta, cuando tragas. Paladeas el sabor del vino, de aquello que buscas que
satisfaga tus ganas de no sentir más.
Es de esas noches en las que piensas
que todo está vacío, pero aún así, es así por algo. Lo merezco. Siquiera soy
capaz de mantener la compostura a estas alturas. Sonrío, y por suerte, hace
tiempo que sale solo. Pero eso no logra hacer desaparecer la espina que sigue
clavada en mi paladar.
Es un sentimiento extraño. Algo que
te hace dudar sobre seguir o no actuando. Algo que te dice que es correcto,
pero a la vez no lo es. Que es doloroso, pero no debería serlo. Que eres
consciente de todo esto, pero en realidad es la mayor de las mentiras, y la más
dolorosa de todas aquellas que navegan por tu atormentada mente.
Confusión. Extrañez. Te miras las
manos y las ves vacías, repletas de pequeñas cicatrices que marcan la línea de
tu vida.
Sube la mirada, escapa de las marcas.
Escapas durante segundos, tan solo por un momento piensas que fuiste una
completa y absoluta idiota al no haber aprendido, durante tantos años, a controlarte.
“El pasado, pasado es. Hay que vivir
en el presente.” Pero, ¿y si el futuro parece llegar hasta la senda más oscura,
al camino inundado de ululaciones, de aire que danza sobre las ramas secas de árboles
casi tan muertos como las lágrimas de aquella mujer de la historia que espera a
su marido con traje de novia, hasta que sus cabellos se transforman en fina
seda blanca, endeble? No es tan sencillo verlo todo de color de rosa, y en
cambio, yo me esfuerzo para mantenerme al pie del cañón.
¿Crees que podré ser vencida?
Más quisieras.
Esta no es una de esas
historias con final triste.
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