Canciones
cursis, sonidos suaves y amargos. Canciones que provocan vómitos de lo perfectas
que son, de lo impecables que parecen esas relaciones de amistad, de amor, de
familia. Idolatrar a una persona sin sacar sus defectos, decir cuán maravillosa
es su labia, su forma de tocar, de susurrar… Y ahora enciendo la buena música
que me hace querer gritar. La música que me anima a despellejar personas
dormidas, música que me invita a querer descuartizar tres o cuatro gatos, música
que me provoca y me susurra, pero no de forma melosa, no dulce, para que me
aproxime a ella, para que convezca a un par de cabezas confusas a trazar
maquiavelos planes. Esa melodía que gime cerca de mi oído, roza con el filo de
su viperina lengua el lóbulo de mi oreja y acaricia con dedos pegajosos de
sudor y placer. No todo es tan bonito, también hay personas que adoran leer en
alto, otras que se imaginan teniendo relaciones con dibujos, y otras, como
ella, que desea placer en sangre.
Sube la puta
música. Súbela y deja que grite, que me desfogue, que olvide esas voces
imaginarias y las no tan imaginarias.
-
Hola,
guapa, ¿Tienes fuego?
-
Sí,
para quemarte vivo.
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