Y tú, ¿Eres o pareces?

sábado, 23 de abril de 2016

Amnesia de reconocimiento.

Hacía mucho tiempo que sabía que iba a morir.
Parecía una enorme tontería replantearse algo así en la primera etapa de su vida, ¿juventud? El mismo día que nació, el mismo momento en el que cogió la primera bocanada de aire puro, con restos de saco amniótico en su boca torcida, ya sabía que iba a morir.

A nadie le dio tiempo a explicarle lo que supondría el desaparecer por completo, convertirse en nada, en ceniza, en polvo y finalmente en un recuerdo (y esto si tenía suerte y lo hacía bien). A nadie le dio tiempo a explicarle lo que suponía la muerte, lo que conllevaba el enfrentarse a una pérdida. Nuestro protagonista ya conocía la sensación de lo que derivaba "darle un toque a la muerte" antes de que su primera mascota, un conejillo de indias llamado Roy, hubiese estirado la pata ante sus propios ojos. Incluso ya conocía la muerte antes de haber sido capaz de entender (o aceptar) los medios de comunicación, infestados de deplorables noticias (y las faltantes; solo lo que nos querían mostrar).

El hombrecillo asimilaba que igual que había nacido, igual que había sido creado, un día moriría.
Y no le daba miedo.

A lo largo de los años aquello le permitió aferrarse al presente, olvidarse del pasado y siquiera asomar la punta de su nariz en el párrafo de su futuro. Durante muchos años el hombrecillo aprendió a masticar y paladear las épocas, a no vomitar malos tragos, a no encapricharse de momentos que aún no había vivido.

Y así vivió muchos años, consciente de que algún día moriría, consciente de que algún día todo acabaría... Y solo aquello le permitía seguir viviendo.

Más dismorfofobia aguda para todos.



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