Y tú, ¿Eres o pareces?

lunes, 25 de abril de 2016

"Déjame ser."

Echarla de menos se había convertido en rutina. 
Como cada día durante hacia ya mucho tiempo, había acudido en busca de todo aquello que la había aportado durante tantos largos años, como una costumbre, como algo tan habitual como lo era respirar. 

Aleteaba sus fosas nasales en busca del rastro de su somnoliento perfume, droga que un adicto habría catalogado como algo más que dura... Buscaba el placentero sonido que le había proporcionado cada guiño y cada destello de luz se había convertido en el bombear de dos corazones unidos, permitiendo así mantener latente aquella unión homogenea para ambos implicados. 

El pequeño príncipe fue el herido con punta de plata, el que sufrió el impacto y sintió el ardor en su pecho cuando, como si de una flor se tratase se tratase su tierno corazón, sintió como lo retiraban, arrancando raíces, de cuajo. Mas la afable estrella fue quien tuvo que tomar la decisión más dura; permitir ser ella misma quien dañase a su estimado príncipe. Sabía cuando daño iba a provocarle, mas, sabía cuan daño le estaba haciendo ante aquella sensación de dependencia y costumbre que habían creado desde ambas orillas. Era algo nocivo y egoísta. Algo insano e innecesario.

Llegó el momento pues, una vez lo supo de verdad, que la dulce estrella tomó su decisión y se armó de valor; era hora de partir. Y es que ellos ya no se querían, ya no se necesitaban, se habían acostumbrado a vivir en compañía y aquello les estaba consumiendo cada vez más, transformándoles en algo que realmente no eran... Era cierto también que la brillante estrella apreciaba demasiado su esencia.

Pero el tiempo pasó, y fue entonces cuando ambos se dieron cuenta de que no era necesario fundir dos corazones para poder perdurar, que otras cosas buenas sucederían (y sucedieron) con el paso del tiempo, sin tener la necesidad de sustituir las anteriores (pues borrar recuerdos, por muy dolorosos que puedan parecer en ese momento, es el mayor sinsentido del hombre), y que lo verdaderamente importante era únicamente confiar en uno mismo para poder evolucionar.

 Aún así, alguna noche de verano volverían a verse.


sábado, 23 de abril de 2016

Amnesia de reconocimiento.

Hacía mucho tiempo que sabía que iba a morir.
Parecía una enorme tontería replantearse algo así en la primera etapa de su vida, ¿juventud? El mismo día que nació, el mismo momento en el que cogió la primera bocanada de aire puro, con restos de saco amniótico en su boca torcida, ya sabía que iba a morir.

A nadie le dio tiempo a explicarle lo que supondría el desaparecer por completo, convertirse en nada, en ceniza, en polvo y finalmente en un recuerdo (y esto si tenía suerte y lo hacía bien). A nadie le dio tiempo a explicarle lo que suponía la muerte, lo que conllevaba el enfrentarse a una pérdida. Nuestro protagonista ya conocía la sensación de lo que derivaba "darle un toque a la muerte" antes de que su primera mascota, un conejillo de indias llamado Roy, hubiese estirado la pata ante sus propios ojos. Incluso ya conocía la muerte antes de haber sido capaz de entender (o aceptar) los medios de comunicación, infestados de deplorables noticias (y las faltantes; solo lo que nos querían mostrar).

El hombrecillo asimilaba que igual que había nacido, igual que había sido creado, un día moriría.
Y no le daba miedo.

A lo largo de los años aquello le permitió aferrarse al presente, olvidarse del pasado y siquiera asomar la punta de su nariz en el párrafo de su futuro. Durante muchos años el hombrecillo aprendió a masticar y paladear las épocas, a no vomitar malos tragos, a no encapricharse de momentos que aún no había vivido.

Y así vivió muchos años, consciente de que algún día moriría, consciente de que algún día todo acabaría... Y solo aquello le permitía seguir viviendo.

Más dismorfofobia aguda para todos.



miércoles, 20 de abril de 2016

La amazona, la guerrera y la nebulosa.

Y ella continuó mareando la cucharilla en el café, creando una nueva nebulosa similar al gran desorden que recogía su caótica cabeza. Estaba tan sumamente absorta en sus seres espaciales que no se percató de aquella nueva presencia hasta que el azucarado perfume pellizcó su pequeña y achatada nariz. Todo gracias al bamboleo de su falda de estampados obscenos, rojos y florales, repletos de enredaderas verdosas. Enredaderas como el filo de la maraña de pelo que a penas rozaba sus hombros, escueta, inamovible como la propia fe de un párroco ante su charla matinal de domingo. Castaña. Castaña, como castaño era aquel vórtice que finalmente hizo detener tan atento análisis: sus ojos.

Cabeceaban, en un vaivén casi imperceptible. Temblaba su iris, enajenado por algo que la amazona no supo captar a pesar de su avispada capacidad de reacción. Sus extremidades actuaron como si una mano invisible hubiese impactado en seco sobre su nuca; soltó la cucharilla y dejó que la nebulosa continuase girando, y girando, y girando... hasta emborronarse y perder todo el sentido de lo que era; una masa de entretenimiento cósmico para el motor de su difuso creador. Hizo el efecto Hubble y se alejó cada vez más de la mirada ajena, que apagó la luz, hizo gala de sus grandes pestañas negras, y finalmente, la guerrera encontró la salvación cuando sus ojitos se achicaron.

- Disculpa si te molesto... - Dijo una voz melodiosa, casi un susurro contribuyente a una tranquilidad absoluta y pacífica, todo lo contrario a la forma que tenían las voces de su cabeza. Eco. - Soy nueva en el vecindario y... Te he traído un pastel. Es una vieja receta de mi abuela...

No dio tiempo a paladear la forma de tal obsequio; la amazona ya se había lanzado contra la intrusa y había hundido sus pulgares en sus ojos hasta rasgar el hueso, las cuencas oculares quedaron vacías, creando un inmenso agujero negro que solo vomitaba escozor bañado en sangre, muy oscura.

Digno escenario Londinense, un olor similar a la victoriana panadería de la Señorita Lovett; amor enfermizo, almibarado y sanguinolento.

- ¿Café?

Preguntó la guerrera antes de guardar lo que quedaba en un frasco.
El suyo aún no se había enfriado.



 

lunes, 18 de abril de 2016

Eras.

Eras la cara más dura del mundo,
un cretino, un suicida, un living la vida loca.

Eras la parte sucia de mis noches,
la lujuría succionada entre cojines,
el beso frío de la nieve ante mi desnudez.

Eras de esos que no se cansaba de beber,
de pensar en musas locas que quitan ganas de vivir,
de esos que no tienen hora para irse a dormir,
que no están cansados y pueden siempre "un poco más" antes de encenderse el último.

Eras la gota de sudor,
deslizándose entre mis pechos,
curvando el camino, convirtiéndolo en suyo,
el calor entre mis muslos.


Eras todo tú,
y yo no era toda yo.
 
Era yo de ti.