Y tú, ¿Eres o pareces?

domingo, 12 de abril de 2020

De quien fingiste ser.

- Vine aquí por algo de compañía.

No tardé en divisarla, tras la barra del bar, como siempre. Sus delicados pero ya expertos dedos acariciaban el interior de uno de los vasos de cristal que anteriormente habrían sido vaciados de cualquier sucio whisky irlandés, de, también, un sucio Irlandés. Sabía que quería sonreírme, mas nunca terminaba por hacerlo cuando comenzaban nuestros encuentros. Quizás intentaba mantener la compostura, como yo, que parecía un mar calmado por fuera, que, siquiera mi propia sombra, dudaría de mi tranquilidad.
Despegué el cigarro de entre mis labios, sin encender, y arrastré una de las sillas de la primera fila un poco para sentarme en ella, sin mirarla aún. Sabía que sus pequeños y chispeantes ojos azules me seguían de reojo, atenta, pero sin querer marcar un exceso de interés sobre mí... ya me conocía.

- ¿Mi compañía? - Preguntó en un tono muy suave, no irónico, pero sí ligeramente divertido. Que se preocupase tanto por mantener la compostura frente a mí me hacía sentir muy cómodo. No era algo de lo que habitualmente podía fardar nadie.
Me quité la boina, casi arrastrándola sobre mi cabellera, dejando ver la ligera humedad de mi pelo azabache en las puntas de mi flequillo... lo notaba en la frente, ya no sabía distinguir si era sudor o lluvia. Pues llovía fuera.

- Y del whisky. - Recité con cierta sorna, restando así importancia a aquel encuentro... Un movimiento irrelevante haber acabado allí, por lo que, sí, no tenía importancia, pero, ¿porqué cojones estaba ahí, y no con mis hermanos, o mis negocios?

- Quieres escucharme cantar. Otra vez. - Enfatizó eso último, dejando claro que, de ser así, estaba buscando repetir la situación, y, por lo tanto, lo había disfrutado de alguna manera. Una canción triste me hizo disfrutar. No sorprendería a nadie que realmente me conociese.... Así era yo, alguien a quien le gustaba regocijarse en su dolor, atormentarse mirándose al espejo... las veces que podía hacerlo sin apartar la mirada.

Sonreí brevemente, ahora sí, quitándome el cigarrillo de entre los labios, con la mirada baja. Vi sus zapatos blancos, de escaso tacón, cómodos, poco elegantes, pero marcaban su paso con seguridad y sensualidad. Alcé mis gélidos ojos muy lentamente. Sus piernas níveas, su vestido de volantes acariciaba sus rodillas, su cintura poco marcada debido a la amplitud del uniforme. Y seguía fustigándome por dentro esa sensación. Le tendí el cigarrillo antes de deleitarme con sus labios, imaginándomelo durante un breve segundo sobre ellos, entreabiertos, todo dentro de mi imaginación, y solo clavé mi vacía mirada en sus ojos cuando me lo quitó de las manos. No me tocó, y lo hizo a propósito. Ambos lo sabíamos.

- No quiero más canciones tristes hoy. - Dije con suavidad, mi voz rasgada probablemente esta vez sí transmitía más de lo que habitualmente solía transmitir: lo que yo quería y nada más.
Se sentó, muy despacio, apartando la mirada de mí. Ahora era yo quien se negaba a doblegar la vista y asumía que me gustaba mirar lo que miraba. Me gustaba mirarla.

- Puedo cantarte una canción feliz. - Dijo mientras levantaba suavemente la mirada, con esa elegancia casi angelical que solo había visto poseer en ella, en toda mi devastada vida. Ladeó un poco la cabeza, y eso me hizo desviar un segundo la mirada para darme cuenta de que no tenía mi vaso de whisky sobre la mesa, no era un consumidor, y ahí seguía sentado.

- No vas a conseguir nada con ello. No soy un hombre feliz. - Dije con total sinceridad. No era un secreto a voces, a mí mismo no me costaba admitirlo en voz alta, ni en baja, siempre había asumido que la vida era un acto de valentía, algo a lo que había que sobrevivir, un lugar donde luchar, morir, y sangrar o desangrar.

- Los hombres también hablan. - Me recriminó, con esa seguridad que me hacía, sin darme cuenta, apretar un poco los labios y depositar en ellos un mohín de diversión. Me salpicaba con su fuerza. - Puedes hablar.

“Cuando el día termine... Tu corazón estará roto.”

Aquellas palabras volvieron a resonar en mi cabeza. Bajé la mirada, miré sus manos, seguía agarrando el cigarrillo con delicadeza sobre su regazo, con su postura serena. No jugaba con él, me miraba. Ahora sí que no podía ocultar su interés, hasta sus manos la delataban. Tragué saliva, para contenerme, y alcé la cabeza para mirarla directamente a los ojos.

- ¿Contigo? - Dije con fingido interés, echando un poco la cabeza hacia atrás. No podía contener lo que sentía, no aquella vez. Ya había sido advertido de aquella situación y me había dejado poner la venda sobre mis ojos como un auténtico tonto. Un puto idiota.

- Quiero contarte quien soy de verdad.

Aquella confesión me rompió por dentro. Tenía la garganta seca, ¿dónde estaba el maldito whisky? Me moví un poco sobre la silla, para apoyar mis brazos, mis codos, sobre mis piernas, aproximándome a ella. No había miedo, lo habría leído. Sabía como era que la gente te mirase con miedo, también sabía lo que era tener miedo de verdad. Era honestidad. Quizás se sentía igual o más dolida que yo, pero aquellos rizos del color del oro ocultaban ligeramente la claridad de sus emociones.

De no ser ella ya habría sacado mi revolver y le habría volado los sesos en aquel instante. Nadie se habría enterado de aquello, y, si lo hubiesen hecho, nadie se habría atrevido a abrir la boca para contarlo. Sabían las consecuencias de hacerlo.

- Entonces canta.

En ese momento me di cuenta de que no había ido a ese lugar únicamente por “algo de compañía”, sino, que había ido a ese lugar por su compañía. Suya. Única y exclusivamente.

“Alguien como tú no puede ser amado.”

Por una vez en mi vida, tenía esperanza.