Y tú, ¿Eres o pareces?

martes, 17 de noviembre de 2020

“Desínflate”.

Estoy congestionada de emociones.

Siento el temblor dentro de mí que agita la perspectiva de mi realidad,

siento el cosquilleo de las extremidades, engarrotadas, que no son capaces de entender que está sucediendo dentro de mi recipiente humano que cada vez se siente menos humano.


Siento también ese espacio vacío en el que flota la nada, nada que sientes, que rasga, te regurgita en cada palabra que se escapa de entre mis labios con pesar, con ganas de añadir mucho más, más que se atasca en el paladar, dentro de la boca, y acaba por hacerse un nudo en mi garganta y no poder tragar.

Se hace la bola, oscura, de respiraciones profundas que buscan hacer ingerir esa sensación de querer, de querer y no poder, de poder y no saber, de saber y ser incapaz de asumir que es mejor dejarlo estar. Y la saliva, que hace las sensaciones, homogéneas, las palabras, uniformando esa incapacidad de avanzar. Ni hacia delante, ni hacia detrás. No es huir, es otro intento de perspectiva.

 

Todo va muy deprisa aunque parezca estancado.

 

Siento la sangre correr por mis venas despacio, pesarosa, insípida a emociones que mi corazón no logra bombear con precisión ni ganas, ni fuerza, ni tiempo, ni rencor, ni frío, ni amor, ni dolor, ni besos, ni felicidad, ni caricias, ni nada.

 

Esa es la nada de la que hablo.

 

La incapacidad de diferenciar, de obtener, de expresar, y de soltar, de querer sentir, de querer llorar, ya sea para bien, ya sea para mal.

 

Solo adquirir esa sensación de poder escupir algo.

 

Solo adquirir esa sensación de poder escupir algo.

 

Desínflate.




 



miércoles, 12 de agosto de 2020

No me entiendo ni yo.

 "De todo se aprende."


Eso es lo que se suele decir tras haber asumido haber vivido un momento de mierda y haberte olvidado de la sensación que te hizo sentir, al menos, corporal, aunque siempre quedará el recuerdo. Es solo un mecanismo de defensa de nuestro propio cerebro para poder seguir errando, y aprendiendo, y errando... pero muchas veces vuelve a florecer en nuestro interior esa sensación desagradable que nos desestabiliza.

Sueles esforzarte para no olvidar ciertas cosas (además de tomarte la píldora todos los días), cosas que son relevantes en la corriente de tu vida, para que esta continúe fluyendo después de un gran batacazo ya superado. Cosas que no quieres volver a sentir nunca, sensaciones frías, gélidas, de haberte entregado a una causa y haber sido absorbido por ella, de haber perdido el control de ti mismo, de haber sido controlada por algo o alguien sin tu propio consentimiento. 


Hay sensaciones que no quieres olvidar jamás porque no quieres volver a vivir, piensas que de volver a caer en ellas tu cuerpo no podría aguantarlo, pero tu mente... tu mente explotaría, como una bomba de relojería a la que las manecillas le fallan justo a medio segundo de llegar al fin de la cuenta atrás. Es la sensación de incertidumbre, la imaginación que se expande de manera negativa, el frío en los huesos, las ganas de llorar que se atascan en tus ojos y no te permiten que el cortocircuito por fin cortocircuite. 


No sé aún como referirme a esta sensación... ¿Es miedo, ser precavido, llevar los pies de plomo, autocontrol, quizás es protección?  ¿Cómo hacer que solamente destaquen las cosas positivas, el aprendizaje, cuando nos esforzamos tanto en conocer el dolor? Queremos hacer las cosas tan perfectamente bien para nuestro propio bienestar que muchas veces no nos damos cuenta y somos nosotros mismos quienes nos limitamos. Así no se vive. Así no se puede vivir, hay que dejarlo fluir, pero, ¿cómo? Somos humanos con mucho miedo al dolor. 


Algunos más que otros.

Pero queremos vivir. 

Queremos sentir, hasta que nos duela.



domingo, 12 de abril de 2020

De quien fingiste ser.

- Vine aquí por algo de compañía.

No tardé en divisarla, tras la barra del bar, como siempre. Sus delicados pero ya expertos dedos acariciaban el interior de uno de los vasos de cristal que anteriormente habrían sido vaciados de cualquier sucio whisky irlandés, de, también, un sucio Irlandés. Sabía que quería sonreírme, mas nunca terminaba por hacerlo cuando comenzaban nuestros encuentros. Quizás intentaba mantener la compostura, como yo, que parecía un mar calmado por fuera, que, siquiera mi propia sombra, dudaría de mi tranquilidad.
Despegué el cigarro de entre mis labios, sin encender, y arrastré una de las sillas de la primera fila un poco para sentarme en ella, sin mirarla aún. Sabía que sus pequeños y chispeantes ojos azules me seguían de reojo, atenta, pero sin querer marcar un exceso de interés sobre mí... ya me conocía.

- ¿Mi compañía? - Preguntó en un tono muy suave, no irónico, pero sí ligeramente divertido. Que se preocupase tanto por mantener la compostura frente a mí me hacía sentir muy cómodo. No era algo de lo que habitualmente podía fardar nadie.
Me quité la boina, casi arrastrándola sobre mi cabellera, dejando ver la ligera humedad de mi pelo azabache en las puntas de mi flequillo... lo notaba en la frente, ya no sabía distinguir si era sudor o lluvia. Pues llovía fuera.

- Y del whisky. - Recité con cierta sorna, restando así importancia a aquel encuentro... Un movimiento irrelevante haber acabado allí, por lo que, sí, no tenía importancia, pero, ¿porqué cojones estaba ahí, y no con mis hermanos, o mis negocios?

- Quieres escucharme cantar. Otra vez. - Enfatizó eso último, dejando claro que, de ser así, estaba buscando repetir la situación, y, por lo tanto, lo había disfrutado de alguna manera. Una canción triste me hizo disfrutar. No sorprendería a nadie que realmente me conociese.... Así era yo, alguien a quien le gustaba regocijarse en su dolor, atormentarse mirándose al espejo... las veces que podía hacerlo sin apartar la mirada.

Sonreí brevemente, ahora sí, quitándome el cigarrillo de entre los labios, con la mirada baja. Vi sus zapatos blancos, de escaso tacón, cómodos, poco elegantes, pero marcaban su paso con seguridad y sensualidad. Alcé mis gélidos ojos muy lentamente. Sus piernas níveas, su vestido de volantes acariciaba sus rodillas, su cintura poco marcada debido a la amplitud del uniforme. Y seguía fustigándome por dentro esa sensación. Le tendí el cigarrillo antes de deleitarme con sus labios, imaginándomelo durante un breve segundo sobre ellos, entreabiertos, todo dentro de mi imaginación, y solo clavé mi vacía mirada en sus ojos cuando me lo quitó de las manos. No me tocó, y lo hizo a propósito. Ambos lo sabíamos.

- No quiero más canciones tristes hoy. - Dije con suavidad, mi voz rasgada probablemente esta vez sí transmitía más de lo que habitualmente solía transmitir: lo que yo quería y nada más.
Se sentó, muy despacio, apartando la mirada de mí. Ahora era yo quien se negaba a doblegar la vista y asumía que me gustaba mirar lo que miraba. Me gustaba mirarla.

- Puedo cantarte una canción feliz. - Dijo mientras levantaba suavemente la mirada, con esa elegancia casi angelical que solo había visto poseer en ella, en toda mi devastada vida. Ladeó un poco la cabeza, y eso me hizo desviar un segundo la mirada para darme cuenta de que no tenía mi vaso de whisky sobre la mesa, no era un consumidor, y ahí seguía sentado.

- No vas a conseguir nada con ello. No soy un hombre feliz. - Dije con total sinceridad. No era un secreto a voces, a mí mismo no me costaba admitirlo en voz alta, ni en baja, siempre había asumido que la vida era un acto de valentía, algo a lo que había que sobrevivir, un lugar donde luchar, morir, y sangrar o desangrar.

- Los hombres también hablan. - Me recriminó, con esa seguridad que me hacía, sin darme cuenta, apretar un poco los labios y depositar en ellos un mohín de diversión. Me salpicaba con su fuerza. - Puedes hablar.

“Cuando el día termine... Tu corazón estará roto.”

Aquellas palabras volvieron a resonar en mi cabeza. Bajé la mirada, miré sus manos, seguía agarrando el cigarrillo con delicadeza sobre su regazo, con su postura serena. No jugaba con él, me miraba. Ahora sí que no podía ocultar su interés, hasta sus manos la delataban. Tragué saliva, para contenerme, y alcé la cabeza para mirarla directamente a los ojos.

- ¿Contigo? - Dije con fingido interés, echando un poco la cabeza hacia atrás. No podía contener lo que sentía, no aquella vez. Ya había sido advertido de aquella situación y me había dejado poner la venda sobre mis ojos como un auténtico tonto. Un puto idiota.

- Quiero contarte quien soy de verdad.

Aquella confesión me rompió por dentro. Tenía la garganta seca, ¿dónde estaba el maldito whisky? Me moví un poco sobre la silla, para apoyar mis brazos, mis codos, sobre mis piernas, aproximándome a ella. No había miedo, lo habría leído. Sabía como era que la gente te mirase con miedo, también sabía lo que era tener miedo de verdad. Era honestidad. Quizás se sentía igual o más dolida que yo, pero aquellos rizos del color del oro ocultaban ligeramente la claridad de sus emociones.

De no ser ella ya habría sacado mi revolver y le habría volado los sesos en aquel instante. Nadie se habría enterado de aquello, y, si lo hubiesen hecho, nadie se habría atrevido a abrir la boca para contarlo. Sabían las consecuencias de hacerlo.

- Entonces canta.

En ese momento me di cuenta de que no había ido a ese lugar únicamente por “algo de compañía”, sino, que había ido a ese lugar por su compañía. Suya. Única y exclusivamente.

“Alguien como tú no puede ser amado.”

Por una vez en mi vida, tenía esperanza.



jueves, 19 de marzo de 2020

Ser lo que sientes, sentir lo que eres.

Elevó la mirada, paulatinamente, a trompicones. Realmente no estaba mirando nada, aunque sus ojos querían decir todo lo contrario. Parecían estar recordando cada ápice de su vida en ese instante, pero estaba vacía. Niña de ojos expresivos. Hablaban más que ella.

Cogió una bocanada de aire, despegando los labios, y suspiró muy suave. No sabía, de nuevo, qué había sucedido. No sabía como había llegado hasta allí, ni como se había vestido, ni como se había pintado los labios, ni como se había mirado al espejo al levantarse, siquiera recordaba levantarse. Perdió la noción del tiempo cuando se dejó llevar, una vez más, por lo que sentía. Solo sabía que debía estar ahí, que todo lo que había pasado tenía que pasar, y que lo que tuviese que venir, vendría. Ella había cumplido. En algún momento la vida había decido ponerla en aquel instante, en aquel lugar, y así había sucedido.

Sonrió.

Sintió ese vuelco del corazón que solamente sucedía cuando sentía que había hecho lo que quería hacer.

Así era ella. Ella de verdad. Ella era lo que sentía, y sentía lo que era. Ella.

Se dejó caer sobre la mesa, en calma, y cerró los ojos de nuevo.